"Hay muchas cosas en la vida más
importantes que el dinero. ¡Pero cuestan tanto!". Eso decía Groucho
Marx. ¿El bienestar económico es directamente proporcional al nivel de
felicidad que alcanza un individuo? Pongámoslo en duda.
Es cierto que la edad, el sexo y la cultura
determinan el grado de satisfacción de la vida que llevamos. Conforme pasan los
años nos damos cuenta de que la riqueza reside más en los sentimientos que en haber
creado un gran patrimonio. Por eso tenemos que tener muy claro cuáles son
nuestros objetivos y qué valor les damos. Comprar, gastar, consumir por el mero
hecho de hacerlo trae consigo un nivel de frustración enorme que solo se
consigue superar reiniciando ese círculo vicioso. Hacer del dinero nuestra
religión tiene una base muy débil y nos impide apreciar la belleza de otras
cosas sencillas: valorar la familia, contemplar una puesta de sol, disfrutar de
un buen libro, de los amigos, practicar deporte, el amor, el tiempo libre con
los hijos, en fin, miles de actividades que no requieren un dineral. Yo sí que
considero necesario el dinero para tener cubiertas las necesidades básicas y
luego…para comprar experiencias: viajar y conocer otras culturas, donar parte
de nuestros bienes a quien carece de comida y educación y emplearlo en ver
alegres a los míos. Tenemos muchos ejemplos de ricos tristes, deprimidos, que
incluso han llegado a suicidarse. Lo importante para mí es tener un trabajo que
me satisface y de gozar de una buena salud para ver crecer a los míos. Crecer
por dentro, eso me ensancha y me hace feliz, sí señor.
Por último, el dinero es imprescindible para
vivir de una forma un tanto holgada y que nos permita ciertas licencias. Pero
aceptarnos a nosotros mismos, tratar bien a los demás y disfrutar de las
posibilidades que nos ofrece la vida debería ser un sinónimo de felicidad o
algo que se le parezca.
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