Introdujo la llave en la cerradura, ya no había vuelta
atrás, la giró para salir a la calle, aún le dolía todo el cuerpo debido a los
moratones que lo recorrían. Después de tantos años a su lado ya no podía más,
había sido suficiente, todo este tiempo sufriendo en silencio los golpes por
los que gritaría hasta el más fuerte.
Esa mañana había decidido hacer la maleta y salir de aquella
casa dejando todos los recuerdos y los traumas atrás. Sin embargo, él tenía que
llegar antes del trabajo, tenía que entrar gritando que quería la cena, tenía
que aparecer en el momento más inoportuno, tenía que pillarla recogiendo las
cosas y, no contento con eso, cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando
tenía que amenazarla, una vez más entre tantas otras.
Pobre iluso el día que pensó que aquella pistola lo
protegería.