Para empezar, solo hay que fijarse en las cifras que apoyan los hechos: en el año 2013, de los 232 millones de migrantes internacionales, 150 millones de ellos lo eran por causas laborales según datos de la Organización Internacional del Trabajo. De esto han pasado cuatro años en los cuales la tecnología ha avanzado notoriamente y ha tomado partido, existiendo ya bases de datos dedicadas exclusivamente a la búsqueda de trabajo o a la obtención de la documentación que permite trabajar legalmente. Pero no todo existe dentro de la legalidad: los buscadores de webs están plagados de entradas que explican paso a paso cómo encontrar trabajo sin papeles. En la guerra todo vale. Por otro lado, ¿quiénes son los principales protagonistas de las migraciones? Los jóvenes, claro está. Las nuevas generaciones que no tienen miedo de echar a volar y abandonar la tranquilidad de la zona de confort para aventurarse en un país extranjero. La "fuga de cerebros" lo llaman. Ese proceso en el que dejamos marchar a nuestros mejores profesionales, a quienes hemos formado desde niños, para que trabajen en las superpotencias del panorama mundial en lugar de quedarse aquí realizando trabajillos de tres al cuarto. Y a la élite generacional se le unen los estudiantes promedio. ¿Por qué? Porque necesitan aprender ese idioma por el cual no consiguieron un empleo en el país que ahora tanto les echa de menos. Y luego dicen que las paradojas son solo cosa de poetas.
En definitiva, nuestra generación se ha ido acostumbrado cada vez más a la emigración en busca de empleo, tanto que ya lo aceptamos como algo prácticamente inevitable. A mi parecer, toda oportunidad laboral que se presenta hay que tomarla en consideración se encuentre en la posición geográfica que se encuentre. Al fin y al cabo, todos tenemos que sobrevivir de algún modo.
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