“Deja, que ya decido yo porque sé
a lo que quiero dedicarme” Esto es lo que todo adolescente con la suficiente
preparación y autoestima debería ser capaz de comunicar a su familia. Pero no
resulta tan fácil porque ¿qué carrera escoger? ¿En qué universidad? Es una decisión que abre
y cierra puertas a nuestro futuro recorrido laboral.
En primer lugar, los padres
desean siempre lo mejor para sus hijos por lo que intentan convencerles para
que escojan las carreras con las que ellos piensan que estos puedan ser felices
a la par de poderse ganar la vida dignamente. Además, muchas veces esta presión que a los 17 años ejercen los padres
viene provocada porque ellos no han
tenido la oportunidad de estudiar lo que deseaban y revierten en sus hijos esa
insatisfacción personal. Los progenitores de ahora pecamos de sobreprotectores
y queremos evitar la frustración, necesaria para aprender lecciones de vida. Ya
decía Machado: “con las amarguras viejas he creado blanca cera y dulce miel. Incluso
esa imposición familiar es causa de una “genealogía profesional” de un negocio
o profesión de varias generaciones. Es preciso que ese grado universitario sea totalmente vocacional
para que junto a las aptitudes que el estudiante posea, desarrolle una carrera
de éxito y se convierta en un objetivo de su felicidad personal.
En conclusión, los estudiantes
deben dejarse aconsejar por sus familiares puesto que tienen más experiencia en
la vida laboral, pero siempre han de ser ellos los que tengan la última
decisión y sobre los que recaiga la responsabilidad de haber escogido su futuro
universitario, es decir, su futura filosofía de vida. Los padres debemos tener
el papel de guías, no de protectores. Si se equivocan, que se levanten y
comiencen a caminar de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario