Arte. ¿Qué nos sugiere esta
palabra? Puede que nuestra mente viaje al Prado o al Louvre, puede que recordemos las clases de pintura o,
quizás, si somos más ambiciosos, nos veamos con un Picasso entre las manos.
Todos entendemos esto como arte, pero ¿lo son
también una caja de cambios y un motor de arranque? Dejen paso al arte
industrial, porque no va a dejar a nadie indiferente.
Para ilustrar esta nueva forma de
expresión humana, pongamos como ejemplo
el día en que visitaba la Tate Gallery de Londres. Exponía allí el famosísimo
artista John Chamberlain. Sus piezas eran únicas, formadas por carrocerías prensadas y otras
piezas de vehículos. Por una parte, todas las esculturas tenían un gran valor
simbólico e invitaban a la reflexión. Los defensores del arte industrial, entre
los que me incluyo, defienden que muchas
obras de este tipo están realizadas para concienciar a la sociedad sobre
problemas como la creciente regeneración de basura. De hecho, ¿qué mejor forma
de reciclar que convertir basura en arte? Además, esculturas industriales como las creadas por
Enrique Cuadrado usando bombas de gasóleo han sido usadas por gigantes
automovilísticos como Ford o Toyota para
sus “spots” publicitarios. Pero, por otra parte, hay quien duda de la
funcionalidad de dichas obras. ¿De qué nos sirven piezas de automóvil que no
podemos usar? ¿No sería mejor utilizar los productos industriales para satisfacer
nuestras necesidades? Y eso, sin tener en cuenta el “agujero” que hacen en el
bolsillo de quien las compra. ¿El mundo se ha vuelto loco, pagando más de dos millones de dólares por una palanca de cambios? Aunque, como
defienden algunos artistas: Si lo
comparas con el mercado del arte, es una cifra insignificante.
En definitiva, “el arte es una
elección del alma y no del intelecto”. Cualquier objeto cotidiano puede ser
considerado arte si el espectador lo concibe como tal, y el arte industrial no
es una excepción.
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