domingo, 4 de octubre de 2015

"Del desguace al museo". Laura Robisco.




Arte. ¿Qué nos sugiere esta palabra? Puede que nuestra mente viaje al Prado o al Louvre,  puede que recordemos las clases de pintura o, quizás, si somos más ambiciosos, nos veamos con un Picasso entre las manos. Todos entendemos esto como arte, pero ¿lo son  también una caja de cambios y un motor de arranque? Dejen paso al arte industrial, porque no va a dejar a nadie indiferente.

Para ilustrar esta nueva forma de expresión humana,  pongamos como ejemplo el día en que visitaba la Tate Gallery de Londres. Exponía allí el famosísimo artista John Chamberlain. Sus piezas eran únicas,  formadas por carrocerías prensadas y otras piezas de vehículos. Por una parte, todas las esculturas tenían un gran valor simbólico e invitaban a la reflexión. Los defensores del arte industrial, entre los que me incluyo, defienden  que muchas obras de este tipo están realizadas para concienciar a la sociedad sobre problemas como la creciente regeneración de basura. De hecho, ¿qué mejor forma de reciclar que convertir basura en arte? Además,  esculturas industriales como las creadas por Enrique Cuadrado usando bombas de gasóleo han sido usadas por gigantes automovilísticos como  Ford o Toyota para sus “spots” publicitarios. Pero, por otra parte, hay quien duda de la funcionalidad de dichas obras. ¿De qué nos sirven piezas de automóvil que no podemos usar? ¿No sería mejor utilizar los productos industriales para satisfacer nuestras necesidades? Y eso, sin tener en cuenta el “agujero” que hacen en el bolsillo de quien las compra. ¿El mundo se ha vuelto loco, pagando más de dos millones de dólares por una palanca de cambios? Aunque, como defienden  algunos artistas: Si lo comparas con el mercado del arte, es una cifra insignificante.

En definitiva, “el arte es una elección del alma y no del intelecto”. Cualquier objeto cotidiano puede ser considerado arte si el espectador lo concibe como tal, y el arte industrial no es una excepción.

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